viernes, 29 de mayo de 2009

El amor y el espanto

La marca de la obscenidad los empujó fuera del pueblo, a salvo de las miradas escondidas detrás de las persianas. Cuando el tiempo se distrae y ocurren amores condenados a la censura, se sabe que un incendio retorcido, porfiado y estremecido, afiebra las entrañas de los amantes y a éstos no les queda más que revolcarse en el barro de lo prohibido o al menos embadurnarse un poco las manos; entonces presos de un encantamiento enigmático y alucinado se aman a escondidas, acusados de alterar un orden respetable y razonable. Pero cuando ellos se recluyeron y todos los demás olvidaron la tragedia, o al menos se aliviaron de no verla, descubrieron que aún sin intención ni conciencia de pecado, no estaban a salvo de la inquietud, porque cada vez que se amaban ocurría algún desastre. Esa noche cenaron en silencio y sólo se miraron cuando el temblor de las puntillas de la enagua anunciaba lo inminente, una tormenta cuya naturaleza conocían intimamente. Sofocada y aturdida ella salió al campo y él atrancó la puerta a tiempo cuando ya empezaba a soplar el viento. Su camisón fue arrastrado junto con las ramas y las chapas del techo, la furia del aire húmedo y denso aumentaba cuando ella, desnuda y convulsionada, cortaba el viento con sus brazos transformados en filos y lo desangraban sembrando el suelo de pájaros sin alas. Empapada de lluvia y sudor vio mujeres desnudas volando entre sábanas rojas y pedazos de roca encendida abriendo en la tierra grietas por donde desaparecían los árboles y las gallinas. Se dejó manosear por las sombras, ahogada y atragantada de barro y mugre hasta que empezó a amanecer y repentinamente todo volvió a la calma. Sin recuperar del todo la conciencia entró a la casa con la poca lucidez que le permitía su mente exhausta, lo miró a los ojos aliviada de encontrarlo y se durmieron abrazadamente resignados. No eran más que eso, un amor hecho antes, durante y después del juego de los cuerpos; pero como a algunos le toca la bendición, a ellos les tocó el espanto.

2 comentarios:

Djuna dijo...

siento un sabor amargo, un sabor a vino y a tardes que se bifurcan en el vuelo de un ave sin rumbo.

Juan Camilo dijo...

Mis sombras, mis sombras en espanto aún me acompañan... pero también te acompañan y te bendicen