sábado, 18 de octubre de 2008

ROSTROS DE MÍ

I
ELLA
Se levantó del piso ignorando el anuncio de su cuerpo tembloroso y encendió un cigarrillo. Inútiles habían sido la noche y el descanso consumado a medias. Lentas fueron las horas en las que él estuvo cerca, lentas y atravesadas por un algo imposiblemente posible. Horas avasalladoramente generosas, en las cuales el delirio de una aparente vergüenza de breteles caídos y polleras levantadas los embriagó hasta paralizarlos. Debió haber besado el agua de sus manos, las cosquillas de sus ojos, el calor de su piel. Porque las espadas que no usó antes, se despertaron ahora para lastimarla sin sangre. Espadas las uñas, las pestañas, las rodillas. Debió haber lamido la agria sospecha de respiración amontonada cuando se adivinaban los gritos ahogados, porque ahora se sabe en carne viva aún sin esos rasguños. Debió haber derribado las paredes que ocultan la humedad y revelar los pedazos. Reincidiendo en el desastre del tabaco desespera por resucitar de la peor de las muertes, la que no fue. Le crece la boca, balbucea rugidos, se le eriza el cabello, sofocada en un sabor a carne y convertida en bestia atraviesa las horas que siguen, revolcándose en la humedad de su propia cien.


II
EL
-No fui hecha para los hombres- había dicho ella aquella vez, cuando él la encontró cantando esa canción con los pies sumergidos en la fuente de la plaza y se había atrevido como pocas veces en su vida a decirle a una mujer que era hermosa, “hermosamente intensa, uno no sabe bien si oscura o clara”, fueron exactamente sus palabras, las que disiparon por ese instante la idea permanente de nombrarse mediocre y ridículo. –“además me falta paciencia para creer eso” – fue la repuesta, y siguió cantando. Ni la duda ni la angustia lograron convertirme en una bestia, pensó observándola desde lejos, aunque hubiera corrido a sumergirse en ese espectáculo confuso, indiscernible, que eran ella, el agua, su pelo y esa brusca clara oscuridad. Se quedó inmóvil, acorralado en la largura del desfile ruidoso de las sombras internas. Hay seres que no se cuestionan su utilidad y viven a salvo de una búsqueda poblada de esperas y pasiones. Hay otros seres, como él, que conocen del congelamiento y el hervidero ininterrumpido de empezar o acabar la vida a cada instante, sin saber nunca muy bien, cuál de todas las apreciaciones sobre sí mismo es más mentira y que comprenden que el entusiasmo no es una liberación sino los momentos más vitales de una inercia infinita e inevitable. Y estaba cansado de estar sano y salvo, casi desmayado solía pensar, cansado de la siempre huída a ninguna parte que le provocaba la gente luminosa y otras cosas agradables. Tuvo que armarse de una artillería que lo pusiera a salvo de su propio abandono cuando nadie golpeaba la puerta y la noche se hacía larga; una pipa que lo respirara, unos vinos que amortiguaran el letargo, quejas de bandoneones que recorrieran la longitud de su nostalgia. Y ahora no entendía cómo el dolor de cada día podía esfumarse de repente, hechizado tal vez, por ese canto de una brusquedad claro oscura, que nadie parecía oír. Un instante de esos en los que la vida se vuelve posiblemente apasionante, acaso porque una mujer descalza, profunda y misteriosa, despierta en el alma de un hombre triste, una serie de peligros distintos y desconocidos


III
ELLOS
Como una lluvia interminable fueron. Cuando comprendieron que ni todos los medios que se dieron para defenderse uno del otro servirían para evitar su encuentro siempre renovado. Él la miraba tanto, preguntándose en silencio si le alcanzaría la vida para desentrañar los tormentos que a menudo se la llevaban lejos y así poder abrazarla verdadera y definitivamente; mientras tanto ahí la esperaba durante ese exilio misterioso, hasta que ella volvía a darle ese alivio de resurrección que le provocaba verla regresar tan débil. La amaba tanto luminosa como abatida, aún amaba a esa inalcanzable ella que era cuando empezaba a abandonarse. La belleza de dos que se nombran solitarios, incapaces de decirse necesarios, fue su amor. Ella lo miraba tanto, solía pensar que podría estar en el mismo lugar cincuenta años atrás, doscientos, mil, porque este amor incompleto era su único camino de regreso. Lo amaba tanto en su tristeza de niño como en la quemadura de sus alegrías, aún amaba a ese incomprensible él que era cuando la quietud lo volvía brusco e inquietante. Unidos por una hondura infinita descubrieron a la vuelta de sí mismos que el amor no es absoluto y ese fue su mayor encuentro. Allí estaba cada uno para combatir las más cínicas y dolorosas causas del otro cuando alguno enmudecía o temblaba de angustia. Allí estaban, avasalladoramente generosos, a salvo del estado de alerta y del egoísmo. Sin preguntarse jamás qué necesitaban para ser felices porque hubiera sido imposible distinguirlo, un poco por miedo y otro poco por la sospecha cotidiana de la libertad. Mirada tras mirada de una rebeldía imposible de disimular, hallándose cada vez, presintiéndose muy cerca. Los destellos verdaderos con los que coincidían sus pieles y la serenidad mentirosa con la que se desprendían y salían a la calle.


IV
YO
Algún día será mañana, no recuerdo cuánto falta y tengo tanto miedo. Este no que no me alcanza. Hubiese querido no morirme para poder esta noche abandonarme. Yo no sé mañana, no sé tiempo, no sé prohibido. Habito en un animal tembloroso, atormentado y hambriento, sin coraje para devorarse a sí mismo. Si el espejo abriera sus puertas debiera dejarme tragar. Alguien mueve muy mal esta marioneta siempre equivocada que no encuentra asilo en su vientre. Me abarca y me cerca con una frontera de palabras esta vorágine que es mi cabeza. Quiero cantar y la garganta me suda una voz pastosa y ahogada. Completamente desarraigada hoy siento el destierro de la infancia. Necesito del escalofrío y el estremecimiento, por eso esta desnudez y esta lejanía con el mundo. Mis pasiones son adictivas. Soy imprudente y no tiene elegancia esta extremada tristeza. ¡Para qué tanta piel! ¡Tanta memoria! Indecible es mi amor y esta sed embriagadora y repetida. Si saliera el sol me moriría de la misma muerte porfiada y reiterada porque no se irme entera.


V
VOS
Un día de esos en los que las almas salen a jugar, en un salto acrobático te zambulliste en el precipicio de mis sombras para desafiarme con tu sonrisa de paraguas. Me hablabas perdido en un cielo de pájaros de papel que salen por la ventana de la cocina huyendo de las manchas de mate y las migas de pan, a salvo de la casi envidia que causa tu tierna osadía de pretender ser la primavera misma, de la casi molestia de no poder dejar de mirarte, la casi mueca de alegría contenida. Con tu ingenuidad, locura, desparpajo, impregnás el aire con la misma pregunta que hacen cada día esas flores que mirás con la sorpresa más auténtica y verdadera: ¿qué nos impide jugar? Me pusiste en la cara la posibilidad del coraje, del riesgo, del goce, del deleite, del juego más divino, el de la creación y recreación de los momentos cotidianos. Desplegándote, resbalando, bailando, haciendo y deshaciendo por puro placer. Y el envión para mi hamaca fue tan fuerte que casi salgo volando esquivando estrellas. A buscar ese enigma milagroso de romper amarras mientras la vida le da cuerda al tiempo. A reírme a carcajadas con los sentidos relampagueados, porque con los motivos para la vergüenza, cayeron también los significados, los símbolos y los breteles. Medio ternura de niña, medio indecencia de mujer, sin saber muy bien cuál era más mentira, desorientada, pero qué más da si me tatuaste una sonrisa a largo plazo. Un día de esos en los que las almas salen a jugar, al fin pasaron los barriletes por acá y yo casi ni me di cuenta de que se llevaban todo lo que yo ya no necesitaba más.

VI
NOSOTROS
Es muy probable, pero no recuerdo, que este vestigio de sabor a milagro, no sea más que la porfía que desafió a un imposible, madurada y fermentada. Es muy probable pero no recuerdo.
Vos y tu ternura de charco, ¿pero qué más puede ser alguien cuando ha decidido desandar su tristeza? Yo y mi tormenta crecida, ¿pero qué más puede ser alguien cuando el pecho se le abraza en una lluvia de chispas? Así entonces, nos reímos del inútil forcejeo de la conciencia, porque comprender y aceptar, tanto las maravillas como los desencuentros, hubiera sido empezar a morir de a poco, y nosotros sellamos un pacto más parecido al de dos niños. La sospecha fue sondear las profundidades de nuestros corazones, romper cadenas, alguna magia, poder volar; pero la abundancia fue desmedida y en mi salvaje todo o nada, no pude escribir un cuento infantil, no porque hubiera olvidado ese lenguaje sino porque adonde viven aún tu inocencia y mi inocencia, es un lugar que nos fue imposible de alcanzar.

5 comentarios:

luciérnaga furiosa dijo...

si llegaste hasta acá
habrás leído
y leído
y leído...


a veces me broto
desmesura
tanta palabra

gracias por el tiempo

Juan Camilo dijo...

Leí
leí
leí
Tu desmesura me mesura

Este es mi blog, htp://elhortalhero.blogspot.com donde cuelgo textos
asi como ropa de una alambre.
Se seca la tristeza
el amor
la alegria

mariano scovenna dijo...

llegué! siempre llegó tarde...
jajaj

que quisiste decir con yo marioneta?

luciérnaga furiosa dijo...

hombre perdido
que la desmesura provoca mesura es una antesala que conozco bastante bien, me quedo con que provoca, si es posible quedarse con algo.

me anduve paseando por entre sus ropas colgantes... hay lindo viento por ahí.



nano querido
a veces se me da por poner afuera lo que viene de adentro, supongo que es una manera de descansar.

Juan Camilo dijo...

TU lectura llenó algunas líneas de temblor. No conozco la primavera para ha de ser un saludo entre seres que no se conoce pero se leen como amantes, como viento, como hola