jueves, 13 de noviembre de 2008

Despertó atormentada por un remordimiento desconocido y carente de entusiasmo. Su mirada turbia apenas le mostraba madera y sombras. Tendida en el piso se esforzaba por ver mientras se le erizaba de frío la piel desnuda. De las largas horas hasta quedarse dormida, tenía una vaga idea aproximada de haber deseado reír y no haber tenido fuerza para la carcajada. Desde donde estaba todo eran sospechas; el resplandor de la calle, el papel entre sus manos, los dedos entintados, los fantasmas no reconocibles y esa sombra. Estaba viva y entera, sin más coágulos que la imposibilidad en la mirada de llenar los huecos grandes para entender la habitación que conocía. Se sentó lentamente, y tomó el papel garabateado como si toda su existencia le rogara quietud. No había dolor físico, sino una amarga certeza de saberse de memoria lo que no sabía: que lo había escrito ella en la oscuridad profunda y que no era su letra, sin embargo leerlo le llenaría rebalsadamente la conciencia. Si al menos fuera una heroica sensación de haber sido esculpida en piedra por manos de otro mundo y no esta inmunda vergüenza de vulgaridad lamida y corrompida. Leyó:

-cuando morir sea

tragar el agua

que hace siglos humedece

mi boca llagada-

No sólo me rodea, ahora me recorre, pensó. Y se preguntó cuándo había aprendido a despedirse de lo imprescindible y a romper con el miedo.

1 comentario:

Juan Camilo dijo...

Ehhh... muerte... llaga... sed... tú... noche... luna... angustia... soledad... miedo no miedo.
Inagotables estas ganas de leerte.