lunes, 18 de agosto de 2008

El laberinto


No hay silencio que abarque los espasmos de una sed antigua al acecho esperando una arremetida feroz y definitiva, el silencio apenas puede sostener la contemplación de esa sed. Por eso bebo cada palabra. Pero no hay palabra que abarque el enigma que existe entre la densidad y la frescura, lo siniestro y lo inocente, lo peligroso y lo tierno y todos los puentes que me unen hinchándose y rompiéndose para volverse a inventar. Por eso muerdo cada misterio. Pero no hay misterio que aplaque el pavor de tener lo que siempre se está yendo, de fascinarme con todo lo que se deshace, de sospechar que no haya siempre más que un espejo. Por eso relamo cada miedo. Pero no hay miedo que apague la furia de una rebelión latente cuando algo se detiene en los umbrales del cuerpo. Por eso deseo cada beso. Aunque mientras existan al filo de lo que podría ser, cualquier palabra, cualquier enigma, cualquier miedo, pueda hacer que se descuelguen y se rompan.

1 comentario:

Eristarco (Ricardo Garavito) dijo...

Yo continuaré aprendiendo a callar hasta lo sutil porque sè lo que no puedo transmitir.