domingo, 10 de agosto de 2008

la ventana del castillo


Yo le pedí que me contara un secreto y él habló de la fragilidad de las ventanas. Entonces le pedí que me contara una obsesión y él me dijo que los castillos eran insondables. Él es un niño triste que anda desnudo sospechando la eternidad. Se pasea por el fondo de los fondos buscando lo que no puede decir y está harto de los besos que las sombras le tiran desde otros mundos. Yo quise decirle que la pena es antigua, y que la soledad también. Que cuando lloré, aún antes de saberlo, un poco lloré su llanto con el mío, y el de todos, que como dice Violeta, es el mismo llanto. Quise decirle que a mí también me duelen los puentes y los charcos, que yo también esquivo sendas peatonales para esconderme de los soles y que también un día querré irme con el olvido puesto al final de los finales, al después de los después. Pero entonces dijo que tenía un costado de su ser rozado por la incapacidad y la cobardía. Así simplemente. Y yo que a fuerza de sollozar detrás de los espejos aprendí que la tristeza es una media que se niega a darse vuelta, ese día extendí mis brazos y le rocé en silencio este costado de su ser, para equilibrar.

1 comentario:

Eristarco (Ricardo Garavito) dijo...

Es que en verdad hay un latido que puede denunciar el camino de mi corazón, el sitio que puso alfombra roja a las noches, la senda de mi palpito...la rosa que abre su boca y se desboca pronunciando loca una palabra que la aesino de amor.