domingo, 17 de agosto de 2008

Hubo un tiempo en el que a fuerza de llantos ahorcados por huecos negros y a riesgo de ser arrojada al mar de los que nadie quiere rescatar, fui soltando de a uno todos los hilos que conformaban la fina trama que existía entre el mundo y esa que era yo. Insolentemente desprecié ese misterioso espacio, cuando todavía quedaba alguna posibilidad de habitarlo con lo que ahora ya ni sé que hubiera podido ser. No es que quiera y no pueda, no es que pueda y no quiera, a esas melancolías ya las lamí, las bebí y las tragué lo suficiente para saber que hasta las pequeñas muertes que me provocan son mentira; no, no es eso, ni es el miedo al los ojos ajenos, tan nombrado por estos dos dedos insaciables que nombran y renombran, que cansan y arremeten, no, tampoco es el miedo. Miedo y pereza, hubieran sido la combinación perfecta para explicarme esta permanencia lobuna, pero el hecho de saberme la menos inocente de todas las yo que hubo hasta ahora, hace ridículos a todos los conceptos y sus combinaciones. Supe ser luz. Pude ser pájaro. Sin embargo me relamo entre pellejos de piel que se me desprenden, entre palabras desafiantes y seductoras que lanzo como fuegos interminables, entre mundos que armo y desarmo con demasiada vanidad. Loba impaciencia, porque la prisa me ahoga. Loba amenaza, porque hiero a sangre fría. Loba imprudencia, porque arremeto en carne viva. Loba, porque en los límites no hayo a nadie. Loba, porque el calor de los bordes. Loba mentira, porque hay un tobogán por donde precipitarse a mis sombras. A menos de un suspiro de la hostilidad, a menos de un sabor de la amargura, yazgo esperando que alguien venga a comerme el corazón. Si es que habrá quien me vea deshacerme sin creerme demasiado, y si en el corazón de mi tormenta conquista esta sed sin saciarla, y si adentro de mi grito funda algún silencio adonde descansar, seré luz, seré pájaro, seré… y abandonaré para siempre la ácida idea de morirme en el baño de un bar con un nombre apretado entre las manos.

No hay comentarios: